EL DIRECTOR DE ORQUESTA
Se enfermaba el aire
ante el merodeo aleteante de los pasos.
El estanque, nublado,
hería la columna de los peces.
Árboles, a gritos,
mordían la luna en pleno día.
Cóndores sin plumas
picoteaban el alimento de los gatos.
Ni siquiera había Apocalipsis,
sólo un estarse quieto
ante el derrumbe.
Terraplén de sorpresas
que pasaban inadvertidas.
De tan vicioso, internaron al círculo,
pero su adicción permanecía.
El libro de quejas estaba harto
y no había dinero para comprar otro.
Con las manos atadas a la espalda,
el director de orquesta dirigía.
-Buenos Aires-
Se enfermaba el aire
ante el merodeo aleteante de los pasos.
El estanque, nublado,
hería la columna de los peces.
Árboles, a gritos,
mordían la luna en pleno día.
Cóndores sin plumas
picoteaban el alimento de los gatos.
Ni siquiera había Apocalipsis,
sólo un estarse quieto
ante el derrumbe.
Terraplén de sorpresas
que pasaban inadvertidas.
De tan vicioso, internaron al círculo,
pero su adicción permanecía.
El libro de quejas estaba harto
y no había dinero para comprar otro.
Con las manos atadas a la espalda,
el director de orquesta dirigía.
-Buenos Aires-
2 comentarios:
Gracias, Norma, por publicar este poema. Un beso y un abrazo.
Jorge Luis Estrella
Jorge. nuevamente unidos: la música y la poesía. Tienen un hilo conductor, invisible y eterno. Un abrazo de,
Publicar un comentario