domingo, 11 de febrero de 2007

JUAN CARLOS CORONEL MALDONADO

VARIACIONES DE LA SOLEDAD.

I


¿Cómo es el miedo sino conozco la noche?
Se que es cierto la luz al final de la eternidad.
Pero a veces es sólo un poco de reflejos de otras sombras.

Es cierta la boca rota, ajada, mustia.
Pero más cierta es la herida en la sangre muerta.
En la sed del páramo de plomo.

¿Qué puedo decir del hambre de los ojos?
De las manos viejas como una hoja añil
como un sello secreto entre los grillos.

Una música perfecta, húmeda, gustosa
de silfos, de pájaros nostálgicos, de truenos
y un puente de ficus que la sombra prolonga.

Soy el fuego de Prometeo; puedo convivir
ardido para siempre en la lámpara que me alimenta
desentrañando los ojos del extraño.

No quiero ser más de lo que soy.
Una gota de luz, semblante de nardos.
Extraña criatura que regresa del cansancio.









OTRAS VARIACIONES SOBRE LA SOLEDAD.


II


¿Alguien bajará sin urgencia de un taxi?
¿Llamará los domingos?
¿Quién tocará la puerta con desmesurada paciencia?
¿Se apiadará con delicado acento de tristeza
de las rosas besadas por el ocio?
¿Acomodará con apuro de lluvia su gabán,
encenderá un cigarrillo, asesinará las cartas en un fuego legendario?
¿Derramará el vaso de agua en un mantel bordado,
el de la abuela con pecíolos de encajes milagrosos?

¡Si pudiera volver de cada hoja del libro secreto,
de la tecla remendada del piano remendado,
de aquel sendero de rastros sacudidos
por una lágrima sentenciosa, traicionada por el grito ¡
Pero
el patio tiene la mansedumbre de los pasos engañados,
de la ranita que llora como el ciego de Carriego,
de la araña enamorada que teje su infortunio,
del insecto réprobo que presiente su caída.

Un extraño domingo de sol antes del incendio
en la carne solitaria que tirita convulsiva
de perdón, en el vino inerte, y a trasluz la siembra
palpita la borrachera eterna como ciegos.
Una mesa desierta de hormigas que no sueñan su palacio,
ausencia de libélulas aún con anuncio de tormentas,
y es el domingo milagrero de espíritus devorados
por una indecente mirada hasta el cielo
que se deja tocar con desparpajo y el desencuentro
se aleja sutil hasta las venas profundas.

Si se pudiera volver en cada trazo
me descalzaría a recorrer con miel y vino
la honda certeza que me sostiene a perseguir
un cazador de mimbre que aún murmuran en la siesta
un loto en el estanque, un remo en la taza de café,
una fotografía de nieves, un azul austral,
una estampida de cebras, un ventisquero gravísimo.


Ahora otra vez pregunto.
¿Quién tocará la campanilla de bronce?
¿Dejará correos en la casa de las tórtolas?
¿Se animará a colgar su paraguas?

Es la vejez que me llena de codicias,
porque todas esas cosas las soñé.
Ya no recuerdo la insoportable lozanía de mi piel,
no frecuento los discos del holgazán
que rompía con la risa los pétalos de las orquídeas
sobre los ulcerados troncos de los robles.

¿Sabrá la muerte que debe llamarme por teléfono?
¿Sabrá que tiene que dejar mensajes,
deslizarse con amor antes de todo,
ofrendar con velas perfumadas, santiguarse,
desvestir los santos, coronar mi soledad de reina?

¿Podrá alguien almorzar mis desvergüenzas?
¿Podrá alguien acariciarme con la mano entera llena de lluvia?
¿Podrá alguien alcanzarme en mi lecho un pañuelo?


ooooOoooo

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