
Era un hombre duro mi padre.
Y partía.
¿A qué distancia lo llamaban?
¿Por qué su alma aleteaba lejos?
¿Eran los potreros erizados de relinchos?
¿El pastoreo de las mulas
que vendía engordadas al ejército?
Eran el sorgo, la avena, el trigo
que él evaluaba con ese báculo
guardado entre gasas algodones
y blancas gamuzas purificadas.
Mi padre partía hondo sentir el mío
en cada despedida.
En cada ronroneo de ese auto que calentaba
y se iba con rumbo fijo y claridad.
Gusto amargo en mi boca la distancia.
Y hoy los caminos me llevan
a pensar en su tesón cuando el silbido
anunciaba que las leguas lo llevaban lejos
y mi corazón desfallecía de tristeza.
Me resultan difíciles las despedidas.
Necesito proteger a mi niña interior
para asimilar la nostalgia.
“Ve a lavarte al estanque de Siloé”, Jesús
le dijo al ciego con ternura.
Entonces lavaré mis ojos para ver
cómo es la realidad.
Encontraré mi verdad profunda
y borraré las marcas
que dejaron las leguas de distancia.
Siloé es “enviado” ¿A qué?
A encontrar la calle que florezca en verano.
Y por las tardes me de la "fresca"
del estanque para dormir con el ángel
a mi lado en un diálogo sincero
que me despene de la soledad.
Y me anime a despedirme sin sollozos.
-Buenos Aires-
* En mi tierra santafecina, patria gringa si las hay en Argentina,
"tomar la fresca" es disfrutar del viento, de la temperatura que
se adaptó mejor al cuerpo, en las noches o las tardecitas de verano.