miércoles, 28 de febrero de 2007

ARMANDO CANO

El viento es un Pegaso,
va galopando entre las nubes,
ve como sube por las colinas,
y agita a las plantas;
como azota a las banderas,
y dispersa la hojarasca,
y como despeina tu pelo.

Ve, ve como se divierte correteando con los cirrus,
como juega a los barquitos en la mar.
El viento barre el bosque,
el viento no es tirano con las olas;
aviva el fuego y siembra vida.
Es el vehiculo de los sueños,
es el destino de los hombres;
el viento es el rumor de una canción.

Siéntelo, llevando mis palabras,
las que dicen que te amo, te sueño;
el viento traduce mis sentimientos,
es el cómplice perfecto,
de dedos invisibles
que te tocan, te acarician y envuelven,
y que trae de vuelta tu aroma a mí.

El viento, el viento no es el tirano de las olas.

RUBÉN DERLIS

Cuánto poquito voy a dejar, amigos:
algunos versos,
un montón de ganas,
una vida vivida con fervor,
otra que dejé para mañana.

Todas muy poca nada
las cosas
que sin darme cuenta
en un rincón fueron amontonadas.

No perduré ningún amor
porque ningún amor fue terminado;
que me perdone este amor
que ahora se demora a mi lado.

No diré: dejo un hijo,
porque le pertenece a la vida;
ella nos lo presta un instante
para sentirnos menos desgraciados.

Antes de irme
dejaré mi sitio limpio de proyectos,
para que otro lo ocupe
con su sangre y sus ganas;
me llevaré mi muerte
–reverso de la vida–
que a nadie ha de servir
y traje de la Nada.

No diré adiós,
bastará con mirarlos.

Me iré en silencio,
como corresponde
a los que están de paso.

lunes, 12 de febrero de 2007

EUNICE ARRUDA

MENSAGEM


É
Natal
novamente
onde estamos
e onde não estamos

Nas ruas
nas noites enfeitadas
o Natal chega
passo a passo
em cada dia de dezembro
E não há como fugir
já não há onde esconder
o encontro é inevitável
Há que se aproximar então
o coração aberto
o afeto dilatado
Deixar
se desprender de nós
fardos desnecessários
forjados impedimentos
e aceitar
Aceitar esta carga – condição de ser humano

É Natal
Há que se respirar
com novo fôlego
um outro ar
aqui
onde estamos
e onde jamais estaremos
o Natal nos transporta
como um barco incansável

É preciso deixar
esta água
fluir
é preciso aceitar
o mistério das fontes

Não podemos deixar morrer nenhum nascimento

ooooOoooo

domingo, 11 de febrero de 2007

ANALÍA PASCANER

PESADEZ (descripción)

“No hay una gota de viento”, expresarían los paisanos catamarqueños.
El aire entra lentamente a mis pulmones llenándome de pesadez. El humo del cigarrillo se estanca cerca mío, quiero elevarme junto a él y alcanzar el cielo, sin embargo no puedo hacerlo. Estoy cansada, las piernas me pesan, mis brazos rehúsan moverse, mi cabeza adquirió enormes dimensiones, mis pensamientos se fugaron. El aire me retiene anclada en el banco del jardín.
La luna permite una noche clara, observo las estrellas titilantes, trato de elevarme hacia ellas y tampoco lo consigo. Las sombras plateadas se muestran brillantes, pero no las puedo disfrutar porque mi cabeza late con tal fuerza… siento que estallará en cualquier momento. El aire me asfixia en esta noche insoportablemente calma.
Algunas mariposas revolotean perezosamente golpeando contra las luces. Un grillo rompe el silencio en la lejanía. La perra, echada a mi lado, ni siquiera mueve sus orejas cuando un bichito nocturno se posa en su cabeza.
El verde de las plantas y los árboles, desesperadamente quieto, espera un soplo de aire, una mínima brisa que lo despoje de la tierra que lo desluce desde hace días. Mi vista se detiene en el lapacho: sus ramas abrazan quedamente a la Santa Rita. En las plantas pequeñas, tan aplastadas como yo misma lo estoy en este banco, se percibe con mayor nitidez la inmovilidad. Casi imperceptiblemente, como si un movimiento rápido pudiera desprenderla de mi cuerpo, giro mi cabeza mirando una por una todas esas plantas, las de hojas grandes y pequeñas, las más altas y las más bajas: no percibo la menor oscilación.
Observo las montañas: su contorno perfectamente recortado en el cielo claro, semejando una línea recta trazada por una mano temblorosa. Imagino cada piedra y cada arbusto debajo de ese azul intenso que ostentan hoy. Debo apartar mi vista de ellas pues las siento abalanzarse sobre mí.
Todos estamos envueltos por la misma amenaza. No cierro mis ojos por temor a confundirme en este aletargamiento continuo. Si tan sólo un pequeño movimiento nos sacara de este sopor… mas el movimiento no llega.
Mi mente se despeja momentáneamente, pienso en aquellas veces cuando me resultó fácil partir colgando de una nube o montada en un satélite. Hoy no hay nubes, hoy no hay satélites. Hoy no se atreven a surcar el cielo espeso que me envuelve hasta ahogarme. Hoy todo es calma, todo es quietud, nadie se arriesga a desafiar al aire denso que nos estanca en esta noche interminable.
(escritos de la cueva)
ooooOoooo

NORMA PADRA

FRAGANCIAS


Mariposa de alas blancas
-memoria-
serenos vuelos rasantes
el néctar secreto
bebe.

Retorna puntual
en el ardiente atardecer
descifrando la
noche
para construir
eternidades



ooooOoooo


CAMINOS


Pájaros tejiendo
la noche
telarañas
de nieve
giran con tu nombre
en los
caminos del alma

Serpentina

de estrellas queriendo
amanecer

en tu mirada.

ooooOoooo



LAPIDACIÓN


La máscara del miedo
espanta
el salvaje viaje
por el vientre de la tierra
calcinada.
Líneas sinuosas dibujadas
por lavas agrietadas.
El hombre horada los surcos
cava grutas
descifrando en la oscuridad
la piedra que lo embriaga.
Lapidación.
Caras de clivaje
fragmentos de cristal
en sus manos
está el diamante
escondido
que acepta su derrota.

oooooOoooo

MARIA TERESA ANDRUETTO

INSTANTE
Una turbulencia balancea
las barcazas. La luz pinta el aire
de amarillos y están cerradas
las viejas puertas. Nadie
en la pescara, ni las góndolas
lúgubres. En el puente de Canaregio
ni las de lujo ni el vaporetto,
sólo pequeñas barcazas
han pasado la noche entre los palos.
Allá al fondo, un hombre barre
la fondamenta de Calaria. El resto,
nada.
ooooOoooo
LAPATAIA
Caen sobre el camino los troncos
centenarios. Un zorro acecha.
Más allá los manchones
de las castoreras.
Somos nosotros los que vamos
bajo la lluvia, pero parece
que nadie fuera,
que nos hubiéramos hecho de aire entre las lengas.
ooooOoooo

JULIO CARABELLI

Maniquíes

La gente se detiene ante la vista de aquellos maniquíes con la ropa de última moda y él está orgulloso de su vidriera conteniendo el silencio que prolonga con cada uno de los vistosos muñecos a los que Silvina acicala con esmero sin olvidar ningún accesorio al tiempo que les habla mientras anuda la corbata de Mario o cierra el collar que tan elegante luce Elena y viendo satisfecho lo que sucede dentro de su negocio no puede evitar pensar en el inspector de policía que vendrá como todos los días a pararse durante horas frente a sus maniquíes de puro obsesivo y lo peor es que a él lo mira muy severamente como miraría a un asesino serial sin preguntarle nada para volver su vista inquisidora sobre los quietos muñecos y aparta con un ademán la idea o el recuerdo del molesto inspector que sin duda llegará pero al que no verá hoy ni en sueños con la mente puesta en su casa a la que se irá llevando con él la imagen de Silvina cepillando el traje de Antonio para volver al día siguiente y al otro haciendo caso omiso del policía por un tiempo que pareciera tener calculado porque lo mismo sucedió con Marisa a quien Silvina ya no podrá vestir por haberse quedado como los otros muñecos tercamente quieta.

(cuento inédito)

ooooOoooo

RUBÉN VEDOVALDI

De huérfano a desocupado


Fulano había tenido una desgracia con suerte. La suerte era que había nacido sin ombligo y se pudo ganar el pan los primeros años mostrando su panza lisa en el Gran Circo.
Pero ésa era también su desgracia, ya que Fulano no tenía ombligo porque no había nacido de madre ni tenía padre ni nada, y eso a veces le daba un poco de pena.
La gente cuchicheaba y reía:
-“Ja…ja…miren. Ahí va el que no estuvo atado a nadie”.
Cuando no soportó más las burlas, Fulano se fue a hacer una cirugía identitaria.
Le implantaron un ombligo de mona no tan lisa o de loba romana. Y antes de que le cicatrizara la intervención pudo sentir asustado que del ombligo le brotaba gente.
Primero le asomó una abnegada madre envuelta en culpa, después un padre asustado, después un amante de la madre, después una amante del padre y un tío abuelo y un vendedor de golosinas.Y cuando le estaban por salir un hermano o una prima política, vino el dueño del Gran Circo para felicitarlo por haber tenido una mamá y un papá. Y de paso trajo un telegrama de despido, avisando que lo sentía mucho pero, ya no le podía conservar el empleo. ¡Justo ahora, que tenía toda una familia de bocas por mantener!
ooooOoooo

SILVIA FAVARETTO

Un caballito de hielo

Ho lasciato macerare nella mia tasca
un foglio di carta con un ramoscello e
una pietra della fine del mondo.
Ne è uscita questa poesia.
Dicono che sia curativa.

****

Un caballito de hielo

He dejado macerar en mi bolsillo
una hoja de papel con una ramita y
una piedra del fin del mundo.
De eso ha salido este poema.
Dicen que es curativo.


Silvia Favaretto
Venecia
Italia

ROLANDO REVAGLIATTI

Sabrás de la garrapata de mis versos
o si no
no sabrás nada.


*


A buen entendedor, palabras.


*


Las margaritas que tiraron
a tus chanchos

mis vacas
se las comen.


*


Más vale tu pájaro en la mano
que ni siquiera.


*
Si quieres buena fama
te dé la luna en la cama.


*


Porque te aporreo
no dejas de adorarme.


*


Más vale solo porque sí
que desestimado porque no.


*


El dinero finge
la felicidad.


*


El suicidio (ese oro)
reluce.


*

Con la verdad
casi siempre ofendo

Luego, temo.


*


No por mucho madrugar
se amanece.


*


A resultados grandes...
por vías intestinales.


*


De rodillas y contrito
arribaré más bajito.


*


Por las calendas
griegas y romanas nos darán bola.


*
Suelen las fieras domesticadas
ser melómanas.


*


Que es nada
lo que sé.
sólo sé


*


Corromper
y dejarse.


*


Pindongas clericales
atiborran arrabales.


*


A la madre de todos los vicios
la sirve regularmente el padre
de todos los fornicios.


*
El hombre más fuerte
es el que está.


*


Los viejos del futuro
ahora últimos
(con mucha suerte)
serán los primeros.


*


Dícese del buey
lamiéndose solo:
¡qué bien lo hace!



"DEL FRANELERO POPULAR 2"

ooooOoooo

CRISTINA PIZARRO

QUINTAESENCIA


El Caos preexistió a la energía eterna.
Después de aquella muerte espiralada,
nacimos tú y yo.

Las nubes habían escondido tu esencia.
El Verbo fulguró entre los dioses.
Se anunció
en el universo
la creación del Gran Libro.

Un ritmo numérico se urdió armoniosamente.
Nuestras envolturas visibles danzaron en los espacios
y nuestros giros iban pronunciando los sonidos del tiempo.

Palabra.
Principio hacia la verdad.
La amenaza se desdobla
desvaída,
desechos de odio tiranizan
esta alteración vertiginosa.

Ofrendaré los pétalos de mi alma,
impregnada por las primeras aguas,
me desintegraré hasta mi propia semilla
y retornaré a mi pequeño tallo perfumado por la estrella.

En un pentagrama permanecerá caligrafiada
la inmortal felicidad.



ooooOoooo


MARIPOSA-MUJER

En mi tierra de origen todavía ríen las montañas.
El sol y la luna se unen
en el tiempo y la eternidad.

Me gusta acercarme a los árboles,
entregarme al viento,
descubrir que mi corazón fecunda en paz
entre alas espiraladas.
Con su reflejo romboidal
las escamas erotizan el ritmo
de las aguas mansas.
Deambulando
piedras preciosas se cobijan.
A lo largo de la orilla
voy siguiendo los diamantes
en el círculo
sin principio ni fin.

Porque sé
que renace
para siempre
lo efímero.

de su libro:
"Jacarandaes en celo" (2003)

RAFAEL IELPI

Con ansias constantes

El boliche rebosaba de gente. Se codeaban los matones con las prostitutas y un engominado presentador insistía con desgano en su cantinela: Pasen a ver, señores, la mujer/ la mujer más gorda del mundo. Nadie parecía darse por aludido y el bandoneón de un gordo con cara de niño se mezclaba con la guitarra de un tipo de ojos dormidos, como en un matrimonio perfecto, inhumano.
Los mozos iban y venían portando bandejas de metal sos­tenidas a la altura del hombro: vasos con ajenjo lechoso de dudosa procedencia; copas decoradas con filetes en las que bur­bujeaba apenas un champagne tibio, intomable: una cristalería de secretos y misterios.
Un canillita entró voceando las noticias de la noche. Eran las mismas del día anterior y del mes pasado y de hacia veinticinco años: inmutables, eternas. Una muchacha, entre risas ahogadas, contaba a otra los equívocos amores y las desdichas de su amiga Esther. Un hombre con el pelo revuelto y ojos de loco bailaba con la sombra de una mujer en medio de la pista desierta.
-Malena canta el tango como ninguna -me informó en el oído una voz que me sonaba familiar. Me di vuelta para encontrarme con una sonrisa llena de dientes albos, perfectos. El peinado se le estiraba hacia atrás, reluciente. No tenía una sola arruga en la cara como de harina.
-¿Le parece? -pregunté haciéndome el distraído, pero no tenía la menor idea de quién era la Malena ésa. El me miró con una cierta dosis de piedad, perdonándome la vida. Se ajustó el foulard alrededor del cuello, se puso el sombrero de copa que mantenía sostenido con la punta de los dedos junto a su pierna y tapó con él la brillantez engominada y tirante. Tiene pinta de gigoló, me comenté a mí mismo con desgano. El me echó una mirada de costado, con malicia de compinche y después dejó de interesarse en mí. Me pareció lógico.
Había conocido tantos latinos en los últimos veinte años que éste podía haber sido perfectamente uno de los tantos, pero algo me sonaba distinto en él. No estaba para investigaciones esa noche, no tenía cliente que me pagara viáticos, nadie aguardaba mis conclusiones, de modo que yo también me desinteresé de él. En el fondo del local, Juancito Caminador se empeñaba en convencer con sus historias a una rubia con cara de soberano aburrimiento. Los cabellos de oro se le caían sobre los hombros dorados.
Miré la pista: ninguna cara conocida. Allí todo era baile pausado, diálogo de pieles, frotamientos, cadencias. Una vez, en el Hotel de la Bahía, había bailado yo también con una muchacha que quería volver al pasado: no funcionó.
Una mujer con grandes ojeras me hizo una seña con la cabeza, pero no me gustaron sus ojos; tenía una mirada perdida, como de borracha o algo peor. Ella insistió con el gesto y me acerqué. A centímetros, la impresión no mejoraba para nada.
-¿No te acordás de mí?, me dijo sonriendo, pero no consiguió arreglar mucho más el asunto.
La verdad era que no me acordaba para nada. Hice un esfuerzo, porque me daban lástima sus cejas fruncidas, su voluntad por ayudarme en el ejercicio de memorias. Pero no hubo caso.
-La verdad que no.
-El caso Murdock -me dijo. Parecía que se jugaba la última carta a un miserable par doble.
La recordaba perfectamente, pero hubiera sido mejor que no. Aquel no había sido, precisamente, uno de mis mejores trabajos, pero así son a veces las cosas.
-Sí -concedí sin embargo-: ahora me acuerdo. ¿Cómo anda eso?
La mujer me miró con resignación. Se veía que no le había ido demasiado bien, pero no era de las que dan el brazo a torcer. El vestido estaba bastante usado ya, y el tapado de piel no era por cierto un estreno, pero los llevaba sin vergüenza y hasta diría que con altivo decoro.
-No me puedo quejar -murmuró- y aunque me quejara, ¿qué arreglaría?
Le dí la razón y terminé invitándola con un whisky. De a ratos, observábamos el ambiente, intercambiando frases sueltas y tomándonos a sorbitos la bebida desastrosa. El barman me miró un par de veces con cara de póker, pero adiviné que se divertía con mi conquista. Le tiré un beso y huyó despavorido: un viejo sistema que todavía funciona a veces.
-¿Seguís en la misma oficina? -preguntó al rato-: espero que hayas mejorado la decoración. Eso parecía una pocilga...
-A mí me gusta así -dije-; debe ser porque uno termina por acostumbrarse o elije una escenografía única para toda la obra...
Ella se encogió de hombros: Vos no cambies más, dijo. Y como eso yo ya lo sabía, e incluso lo habíamos discutido hacía mucho tiempo, los dos sentados en aquella oficina desordenada, distrayéndonos mirando el vidrio esmerilado con las letras doradas ya bastante pálidas, la conversación terminó.
Le pagué el whisky, ella me lo agradeció con un gesto desabrido y se fue caminando hacia el fondo del local hasta que la perdí de vista.
Me miré en el espejo que estaba detrás de la barra. Un tipo de cara alargada, con algunas arrugas en los costados de la boca fina y el pelo que empezaba a ralear un poco, me observaba con una especie de mueca de hastío. Tenía una sombra de barba azulina en la cara y se pasaba la mano por la barbilla como sopesando la posibilidad de una afeitada rápida que mejorara las cosas. Detrás suyo, se movía una cantidad de gente que pasaba en parejas, gesticulando y riendo. Hola, Philip, lo saludé con desapego. El me devolvió el saludo. Después, los dos nos levantamos, alzamos el vaso al mismo tiempo y bebimos también a la par. El barman me miraba fascinado, sin atreverse a decir una sola palabra.
-Perdone lo de hace un rato. No acostumbro a tirarle besos a los hombres, pero no me gusta que fisgoneen en mis asuntos -dije. Le pedí otro whisky y me lo sirvió con tanto esmero que casi me hizo sonreír.
-Sí, señor. Perfectamente, señor -comentó con aire jocoso, pero se ubicó en la otra punta de la barra. En eso, sentí que me tocaban el hombro con suavidad.
El morocho del sombrero de copa y el foulard me contemplaba con aire cínico.
-Te estuve mirando, pibe -dijo-: no sos muy galante con las mujeres, ¿no?
-Nunca me lavo dos veces los pies en el mismo río -contesté.
El me volvió a mirar otra vez, con esa sonrisa llena de dientes y la cara como maquillada, blanquísima.
-¡Qué corso, hermano, qué corso! -dijo-: así te vas a quedar de araca, como los giles...
Eso es lo que tienen los latinos -pensé-: siempre hablando como si estuvieran en el ghetto. No se les entiende un carajo. Se dio vuelta dando por terminada la cuestión y me dejó parado junto a la barra. Las parejas se trenzaban en los pasos, se buscaban una y otra vez y se desencontraban con la misma tenacidad. El bandoneón del gordo parecía haberse quedado dormido en una nota sorda, melancólica. La guitarra lo seguía, solícita, dos pasos más atrás, con un dejo de nostalgia. Una música triste.
Cuando quiso seguir caminando, tres mujeres le cerraron el paso con risas y grititos histéricos. El las atendió galante, un poquito a cada una. Betty, Peggy, Mary, iba diciéndoles y las tres se contorsionaban como si alguien les metiera la mano debajo del vestido.
Estuvo un rato en esa gimnasia y al final pudo despegarse con esfuerzo. Las tres se quedaron paradas, solas, como tres figuras de cartón sostenidas por una invisible varilla en medio de la escena. Las boquitas pintadas se les habían abierto en una O de absorta bobería. Cuando se dieron cuenta, la avalancha de bailarines las engulló metiéndolas dentro de la pista al compás de una música alocada.
El había conseguido llegar casi a la puerta. Saludó con una mano al tipo de la barra, que secaba el mismo vaso desde hacía como diez minutos con un repasador de blancura dudosa. Después, empezó a subir los escalones con andares de bailarín. Se le oía canturrear, a pesar del ruido y de las voces: con ansias constantes de cielos lejanos.
El barman lo miró irse y le envió displicentemente un saludo tapado, ahora sí, por el ruido de la música y los gritos que venían de una mesa donde sonaban pitos, matracas y estampidos de corchos de champagne golpeando contra el techo encalado. No me gustaban los borrachos ni los tipos de la barra que se pasan de confianzudos con el cliente. Eso era parte de mi código: poco diálogo con ellos.
Los tipos de la mesa eran cuatro, con tres rubias teñidas que trataban de ganarse los billetes con entusiasmo digno de mejor causa. O no, nunca se sabe. Una de ellas me miró largamente. Después, en un descuido de los otros, me guiñó el ojo; parecía un poco joven, un poco ebria, un poco drogada. Le di la espalda. Esas aventuras nunca terminaban bien. La hija de un senador, una vez, me había enredado en una de ellas y todavía, de noche, me despierto arrepintiéndome de eso y maldiciendo mi es­tupidez. Algunos casos fáciles quedaron perdidos para siempre por su culpa y algunas de las arrugas que me miraba cada mañana provenían también de ese tiempo.
El tipo de cara alargada había vuelto a acodarse en el bar, tieso en la banqueta y me miraba con aire crítico, otra vez escéptico. Volví a girar hacia la pista: esa era una noche de con­vidados fastidiosos.
Muy cerca de su rubia ahora, Juancito Caminador parecía haber ganado valioso terreno en su trabajosa conquista. Ella atendía sus palabras con una sonrisa que ya no lucía tan profesional como hacía un rato. Se veía que estaba flaqueando, esperando que después de todo aquello llegara algún mágico colofón que la sacara -que los sacara a los dos- de aquel cabaret del Bajo y los transportara a otro sitio, a otros paisajes recor­dados y entrevistos hacía tiempo, mucho tiempo. Mon cheri, susurró medio avergonzada de su pronunciación, pero Juancito, que apenas sabía decir merde en francés, no escuchó sus palabras.
El anunciador, cansado de pregonar una mercadería que nadie compraría jamás en ese lugar, se había sentado al costado de la pista y compartía su aburrimiento con un tipo delgado con cara de fullero. Poco a poco, la cabeza se le fue cayendo sobre los brazos cruzados, hasta quedar apoyada en el pulido mármol de la mesa. Entre dientes, seguía murmurando su letanía: si quiere ver la vida color de rosa,/ eche 20 centavos en la ranura. Me pareció caro pero eché la moneda en la ranura de la máquina iluminada. Sobre el bandoneón cachaciento y la guitarra nítida, surgió la voz que decía con ansias constantes de cielos lejanos.
El tipo con cara de fullero se me aproximaba caminando de costado, como si estuviera bordeando las mesas de un poblado garito. Debe ser la costumbre, pensé. Cuando llegó a mi lado, me miró atentamente, reconociéndome poco a poco.
-Hola, Philip -dijo y me tendió la mano.
Lo miré un instante y recordé otra vez todo: una noche en un garito, una pelea y algunas balas perdidas que encontraron, pese a eso, destinatarios. Una mano que me guió en medio de la os­curidad angustiante hasta abrir una puerta sobre un callejón desierto. Una palmada en el hombro y la puerta que volvió a ce­rrarse dejándome solo pero salvo. Le dí la mano.
-Hola -contesté. Nunca había sabido su nombre, pero no im­portaba demasiado-: ¿Cómo va eso?
-No me puedo quejar -dijo él, y se sentó en un taburete a mi lado. Estuvimos tomando más whisky, hablando de otros tiem­pos, otras voces y otros ámbitos; se nos mezclaban ciudades, mujeres, bares y recuerdos. Cuando se terminaron esos temas, nos volvimos a dar la mano y se fue.
Miré hacia la escalera que llevaba a la calle. La rubia que es­taba esperando desde hacía tres horas no había aparecido y quizás nunca se le cruzó por la cabeza aparecer, pero así son los riesgos en este trabajo. A veces se pierde y, muchas veces, también se pierde. Las millonarias suelen tener esa condición voluble que las hace mucho más exóticas todavía. La música seguía sonando más triste cada vez, El gordo y el guitarrista parecían estar en el limbo. Cuando salga de acá, voy a escuchar un poco de jazz, pensé, sintiendo que se me secaba la garganta.
El tipo del sombrero de copa y el foulard ya se había perdido en la noche cuando salí, pero a mí me seguía pareciendo que a esa cara ya la había visto en otra parte. Me quedé siempre con la duda. O yo tenía mala memoria para las caras o él tenía una mala cara para mi memoria.


ooooOoooo

JUAN CARLOS CORONEL MALDONADO

VARIACIONES DE LA SOLEDAD.

I


¿Cómo es el miedo sino conozco la noche?
Se que es cierto la luz al final de la eternidad.
Pero a veces es sólo un poco de reflejos de otras sombras.

Es cierta la boca rota, ajada, mustia.
Pero más cierta es la herida en la sangre muerta.
En la sed del páramo de plomo.

¿Qué puedo decir del hambre de los ojos?
De las manos viejas como una hoja añil
como un sello secreto entre los grillos.

Una música perfecta, húmeda, gustosa
de silfos, de pájaros nostálgicos, de truenos
y un puente de ficus que la sombra prolonga.

Soy el fuego de Prometeo; puedo convivir
ardido para siempre en la lámpara que me alimenta
desentrañando los ojos del extraño.

No quiero ser más de lo que soy.
Una gota de luz, semblante de nardos.
Extraña criatura que regresa del cansancio.









OTRAS VARIACIONES SOBRE LA SOLEDAD.


II


¿Alguien bajará sin urgencia de un taxi?
¿Llamará los domingos?
¿Quién tocará la puerta con desmesurada paciencia?
¿Se apiadará con delicado acento de tristeza
de las rosas besadas por el ocio?
¿Acomodará con apuro de lluvia su gabán,
encenderá un cigarrillo, asesinará las cartas en un fuego legendario?
¿Derramará el vaso de agua en un mantel bordado,
el de la abuela con pecíolos de encajes milagrosos?

¡Si pudiera volver de cada hoja del libro secreto,
de la tecla remendada del piano remendado,
de aquel sendero de rastros sacudidos
por una lágrima sentenciosa, traicionada por el grito ¡
Pero
el patio tiene la mansedumbre de los pasos engañados,
de la ranita que llora como el ciego de Carriego,
de la araña enamorada que teje su infortunio,
del insecto réprobo que presiente su caída.

Un extraño domingo de sol antes del incendio
en la carne solitaria que tirita convulsiva
de perdón, en el vino inerte, y a trasluz la siembra
palpita la borrachera eterna como ciegos.
Una mesa desierta de hormigas que no sueñan su palacio,
ausencia de libélulas aún con anuncio de tormentas,
y es el domingo milagrero de espíritus devorados
por una indecente mirada hasta el cielo
que se deja tocar con desparpajo y el desencuentro
se aleja sutil hasta las venas profundas.

Si se pudiera volver en cada trazo
me descalzaría a recorrer con miel y vino
la honda certeza que me sostiene a perseguir
un cazador de mimbre que aún murmuran en la siesta
un loto en el estanque, un remo en la taza de café,
una fotografía de nieves, un azul austral,
una estampida de cebras, un ventisquero gravísimo.


Ahora otra vez pregunto.
¿Quién tocará la campanilla de bronce?
¿Dejará correos en la casa de las tórtolas?
¿Se animará a colgar su paraguas?

Es la vejez que me llena de codicias,
porque todas esas cosas las soñé.
Ya no recuerdo la insoportable lozanía de mi piel,
no frecuento los discos del holgazán
que rompía con la risa los pétalos de las orquídeas
sobre los ulcerados troncos de los robles.

¿Sabrá la muerte que debe llamarme por teléfono?
¿Sabrá que tiene que dejar mensajes,
deslizarse con amor antes de todo,
ofrendar con velas perfumadas, santiguarse,
desvestir los santos, coronar mi soledad de reina?

¿Podrá alguien almorzar mis desvergüenzas?
¿Podrá alguien acariciarme con la mano entera llena de lluvia?
¿Podrá alguien alcanzarme en mi lecho un pañuelo?


ooooOoooo

MARY ACOSTA

A BOCA CERRADA
.
A boca cerrada tensa su armadura
sobre la máquina del miedo.
Sus ovaladas neuronas
acunan naufragios y grávidas ausencias.
Sobre musgosas rocas,
cuelga su alquitranada infancia.
Las esquinas calladas retenidas en sus tímpanos,
pierden su metamorfosis prometida.
Invitado al convite turbio de sus muertos,
coexiste entre los puentes calcados del ahora..
Envoltura de corto viaje disfrazada y a boca cerrada,
memoriza la existencia entre un yo injertado
y la presencia subversiva, de la última palabra.


ooooOoooo

De su libro inédito:
"LA REPÚBLICA DE LOS TRISTES"

Contacto:

poemasdemary@hotmail.com

MANUEL RUANO

PARA CONFIARME A TU CUERPO


Para confiarme a tu cuerpo no fui ladrón ni verdugo,
tampoco un adicto que te regala versos, o finge
la locura más extraña;
ni un ángel fumador de opio en los arrabales de Alejandría,
que se refleja cada tanto en tus sueños...
Para confiarme a tu cuerpo por toda una eternidad,
fui contador de perlas en Macao, transmisor de sífilis
en Estambul,
cantor de tugurios como algo, creo, venerable;
acaso, un bebedor más viejo que Khayyam con su hetaira
más hermosa y sus velos sensuales.
Para confiarme a tu cuerpo, fui desvergonzado estafador
en Rímini,
divulgador de historias en Bogotá que anduviera
por carne semejante...
Fui buscador como el que más del metal sagrado que hay
en la apestosa muerte.
Nada más que para confiarme a tu cuerpo.

(Mirada de Brueghel, F.C.E., México, 1990)

ooooOoooo

MARCELO JUAN VALENTI

Acaece en la cima.
La atmósfera
posee a las ruinas de obsidiana.
Aunque muertas,
las niñas abren los ojos,
un hilo de ámbar se escurre de sus labios.
El espejismo sembrador de insomnio
las asedia
con alas y garras.
Entretejen
una ronda de gritos
de pavor.
Asisto al maleficio
desde el llano,
junto al fuego.
El frío torrente no
me refleja.
La sima es mi opuesto destino,
la bandeja
que testimonia
mi irreverencia
de no muerto.
Perdida,
es un espejo la llave
que une
ambos mundos.



ooooOoooo




En sueños
se combinan cielos claros
con casas a oscuras,
como los pintó Magritte.
Un
paisaje
paradojal.
La contradicción se suspende,
al peregrinar
por la finura cromática
de la realización
del deseo.



ooooOoooo

RAÚL ASTORGA

-En sueños-
No importa, le dijo. No importa que ya no te guste demasiado, prosiguió. Al fin y al cabo, nos conocemos de toda la vida, aunque ni siquiera nos hayamos besado en la boca alguna vez, por esas cosas extrañas de la amistad entre el hombre y la mujer. Dale, ya entraste en mi sueño, y yo te necesito, repitió. Toda mi vida esperé tener un sueño así. Porque los sueños no se eligen. O no te pasó de estar soñando con una chica espectacular, te despertás por el ruido del gato y cuando querés volver... no podés. Sí, te pasó, sé sincero. Sabés que siempre soñé con ser Esmeralda. Y vos me contaste varias veces en noches de borrachera y soledad, en mi casa o en la tuya, que soñabas y soñabas permanentemente con avanzarme. Me lo decías en broma, para ver si yo te daba el gusto. Claro, ahora te tomás revancha. Ahora recordás cuando yo venía a contarte acerca de algún chico que me gustaba. Yo veía que no lo tomabas demasiado bien, pero pensaba que querías protegerme, como a una hermanita, qué sé yo. No te hagas rogar. Ayudame, te necesito. Ya estás en mi sueño, y sólo durará hasta despertar, pero quedará para siempre en mi memoria. Siempre soñé con ser Esmeralda. Y vos me contaste alguna vez que esperabas un sueño con Gatúbela. Nos reíamos de ese sueño, pero si alguna vez se te da, yo estoy dispuesta a ayudarte. Ya olvidaste aquella noche del baile de disfraz en el boliche de La Florida, cuando terminamos la secundaria. Nos quedamos solos hasta que vimos asomar el sol desde la playa sucia, entre latas de cerveza aplastadas por el tiempo, y servilletas de papel usadas, y nuestras inocentes ganas de charlar juntos acerca de otros chicos y chicas que nos habían impactado esa noche. Vos estabas de Batman y yo de Gatúbela pero, como el de la tele, no me tocaste un pelo. Cómo es eso de que ya no te gusto demasiado. Si tres veces me dijiste que... Ya está bien, va a amanecer, por favor, necesito a ese Quasimodo que hiciste en aquel cumpleaños que le festejamos a Dani. Sólo tenés que tocar las campanas, mientras mi príncipe me abraza y me besa con pasión. Ni siquiera importa que no me quieras más, es sólo un favor de amigo el que te pido. Ya amanece, ya amanece, gimió ella con recurso melodramático.Él se despertó, se lavó la cara, fue hasta la cocina del departamento para prepararse un café. Con el pocillo en su mano, el humo en ascenso lento hacia el infinito,se asomó a la ventana. Contempló el campanario de la catedral, y recordó que se había venido a Liverpool, no por ese trabajo como le dijo a algunos, sino para olvidarla.
(Julio 2006)
-Tiempo para caminar-
Desde que era chico, muy chico, tuve la idea de encontrar un lugar desde el cual, caminara hacia donde caminara, pudiera ir hacia el sur. Al fin lo logré, por circunstancias obligadas, pero me encuentro andando sin parar y contemplando cómo está el mundo. Sé que ella me espera en el sur, como hemos convenido. Pero ambos sabemos que cuando llegue, ya no seré el mismo. Es el riesgo. Seguir estos caminos me ha hecho pensar que no importa el tiempo. Ayer anduve entre edificios de cristal de cuarzo, merodeando el afán de los más perturbadores arquitectos que intentan propagar su fama. Quién puede asociar ese paisaje con un tipo que sólo ingresa en un comedor a comer, por necesidad; no para cargarse las pilas como hace la mayor parte de estos seres disgregados. La gran guerra nos dejó esta ocasión de cruzarnos casi sin vernos. Sin embargo, hay esperanzas en este chofer que me lleva en su vehículo hacia las afueras de la ciudad. Me dice que caminar por aquí es peligroso y que las patrullas no defienden a quienes se empeñan en ir hacia el sur. Esta mañana, crucé velozmente los campos abrumados por la eterna sequía. Las pantallas de los medios de información afirman que jamás volverá a crecer una planta. Sin embargo, al mediodía pude ver el sol que se muestra firme, eterno y dispuesto a esperar el tiempo necesario que permita volver a creer en la humanidad. Me senté junto al río, vacío, rasgado, azul de la nada que dejó ese maldito azufre que esparcieron alguna vez. Miré alrededor, sin hallar siquiera un perdido compañero a caballo. Claro, si ya no existen esos animales, aunque me empeñe en creer en ellos. La esperanza de cruzarme con un perro que me siga, tampoco. Sin embargo, hay algo en el paisaje que lo hace poseedor de una belleza macabra. Por la tarde sigo hacia el sur, cruzando canales, monumentos en ruinas erigidos en otra época por los ausentes, y selvas amazónicas resecas y altivas por su gris apagado. Ya, a esta altura, no hay ellos; sólo nosotros como vine sospechando desde tiempo atrás. Y sigo escandalosamente hacia el sur, bordeando el Paraná que perdió todo menos su nombre. Perdió su sabor, su color marrón, sus pueblos a ambos márgenes. Mientras el sol cae, o caigo yo, según se mire, llego a destino. Aparecen las primeras estrellas, y la veo. Está sentada de espaldas a las cuatro torres que marcan nuestros puntos cardinales, sobre un montículo deprimido, contemplando con sus ojos de mirar al infinito el río que ya no existe. Me espera porque sonríe cuando me ve. Su rostro se apaga, pero permanece la silueta de su cara, de perfil, a contraluz de la incipiente luna. Le digo que es verdad: estamos solos. El primer mundo es de los androides, y todos los calendarios que pude ver marcan el 2999. Me rasco el antebrazo ante la primera picadura de mosquito que sufro desde que salimos a la superficie. De pronto, se oye un sonido que habíamos olvidado. A metros de allí, un destello violáceo nos guía hacia la infatigable alarma. Nos acercamos para ver. Es un teléfono celular, solo en la inmensidad cósmica del universo. Nos miramos apenas. Ella lo levanta y me pregunta: quién podrá ser a esta hora, y desde dónde.
(Septiembre 2006)

CLARA REBOTARO

BOSQUE INVISIBLE

En la ciudad dormida
soñé que añosas hayas
me protegían
contra los infortunios.
En el proceso de despertar
imaginé un cielo
donde todos
somos aceptados.
…………………………..
Es la única
e imposible forma
de juntarnos.


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SALIR DE LA TIERRA

Para Aukin

Donde todavía no hay
caminos
en medio de la simplicidad
agraria
sólo un tímido transeúnte
del cielo
quiebra mi convicción
de magnitudes
absolutas.
Despuntando,
el trigal
deslumbra al sol
por lo que de oro
tendrá
y de hogazas tiernas
pidiendo realidad
hago un rezo
..........................................
La visión del sembradío
calma una impaciencia nueva.




ooooOoooo


LO VENIDERO

Tan sólo me miraste…
Glaucos ojos despertaron
alocados pensamientos
sobre mi futuro….
……………………………..
¿Se pregunta la semilla
qué será de ella?
¿Se pregunta la raíz
por el árbol que va a ser?
¿Se pregunta la flor si llegará a fruto?
…………………………………………..
A ellos no los traspasa la pasión.




ooooOoooo

GRACIELA LICCIARDI

Vivir de lluvia en los ojos del tiempo
Morir de tanto ser mujer
Y de reptar por la vida
Aplastando el deseo

Vivir de muerte natural
indefensamente humana
Y lograr vivir
Sobre
Vivir
Sobre
Vivir a bocanadas
Por el humo del vacío
Que a veces nos alumbra
Mustiamente
Con su sombra



ooooOoooo


Parece simple caminar por tus venas
Socavarte el corazón
que diabólicamente apacienta sueños

recorrer minuciosa
la cavidad celeste de tu cráneo
por donde se escapa la memoria
del amoroso odio que te habita

parece simple
pero ahora no recuerdo donde me dejé

ya la noche irremediable
me orina sus trapos negros
para que no te me acerque

estoy cansada
y aún la primavera
persevera en la ausencia de mis huesos
para que no me decida


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Revista Papirolas

Revista Papirolas

sábado, 10 de febrero de 2007

felicitaciones por este nuevo espacio!!!

Norma: te felicito por este nuevo espacio que has creado para publicar nuestras palabras poéticas. Gracias Federico