EL DIRECTOR DE ORQUESTA
Se enfermaba el aire
ante el merodeo aleteante de los pasos.
El estanque, nublado,
hería la columna de los peces.
Árboles, a gritos,
mordían la luna en pleno día.
Cóndores sin plumas
picoteaban el alimento de los gatos.
Ni siquiera había Apocalipsis,
sólo un estarse quieto
ante el derrumbe.
Terraplén de sorpresas
que pasaban inadvertidas.
De tan vicioso, internaron al círculo,
pero su adicción permanecía.
El libro de quejas estaba harto
y no había dinero para comprar otro.
Con las manos atadas a la espalda,
el director de orquesta dirigía.
-Buenos Aires-
1 comentario:
¡Jorge, qué divertido resulta este Apocalipsis! El colmo del colmo se da en los dos últimos versos. Como siempre lo hacés nos provocás la sonrisa a través de lo irónico y a la vez fresco de tu mirada disparatada. Sos una reencarnación de Girondo con agregados actuales. ¡Excelente! Irene Marks
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